viernes, 29 de junio de 2007

Debates. La guerra de los seis días.


The Six-Day War´s cruel Irony (*)

No war has left such a lasting impact on the prospect for peace or the ongoing conflict between Israel and the Arab nations like the Six-Day War of June 1967. The dramatic outcome of the war has caused 40 years of animosity and occupation and continues to affect the geopolitics of the Middle East.

Four decades ago, on the morning of June 5, 1967, Israel launched a preemptive attack against Egypt, escalating to a six-day war with Egypt, Jordan, and Syria. By the sixth and final day of the conflict the Arab army was heavily defeated and accepted a ceasefire. Israel won a decisive victory, capturing significant Arab territories, including the unfinished conquest of Palestine from the 1948 Arab-Israeli War, the West Bank, East Jerusalem, and the Gaza Strip. In addition, Israel conquered the Golan Heights from Syria and the Sinai Peninsula from Egypt.

The Arab defeat was devastating. Immediately after the war ended, the heads of Arab states passed the infamous Khartoum resolution with its triple "no" - no to peace with Israel, no to recognition of Israel, no to negotiation with Israel. Israel was, thus, condemned to regional isolation.

The war was a turning-point in Arab politics and the Arab-Israeli conflict. Arab politics were reshuffled. The position of Egypt as the most powerful state and leader of the Arab states was profoundly weakened by the outcome of the war. Arab nationalism, embodied in the personality and leadership of then president Gamal Abdel Nasser, was shaken, if not dissolved, under the impact of the defeat. Egypt no longer acted as a spokesman of the Palestinian cause. The Palestinian Liberation Organization (PLO) emerged from the ashes of the war under the leadership of Yasser Arafat as a movement independent of the influence of the Arab states. Meanwhile, Arabs' unity lessened while their dependency on one or other superpower - the United States and the Soviet Union - dramatically increased.

Israel not only demonstrated the strength of its military, but also the weakness and limitation of the Arab forces, tipping the balance of power in its favor. In doing so, Israel believed that a show of muscle would deter future threats. Palestinians, however, drew a different lesson from the war: that armed resistance was the only way to deal with the occupation. In the aftermath of the 1967 conflict, with Arafat in charge, the PLO was committed to guerrilla warfare against Israel.

Four decades of violence, however, have shown both sides to have been wrong. Neither the hope of deterrence for the Israelis, nor the hope of liberation for the Palestinians has been fulfilled, ultimately undermined by the cycle of violence. Two Palestinian uprisings or intifida, a string of suicide bombings and rocket attacks, land confiscations, house demolitions, and targeted killings show that the price of occupation is too high for both sides. And, yet, the bloodletting continues.

But the cruel irony of the Six-Day War is that the very same conflict that claimed, and continues to claim, so many lives, together with its accompanying destruction, also opened the door for regional peace, security, and stability. The land-for-peace formula was introduced November 22, 1967 when the United Nations Security Council unanimously adopted UN Resolution 242, calling for "a just and lasting peace in the Middle East." To achieve it, Resolution 242 required the fulfillment of two principles: "withdrawal of Israeli armed forces from territories occupied in the recent conflict," and "termination of all claims or states of belligerency, and respect for, and acknowledgement of, the sovereignty, territorial integrity, and political independence of every state in the area, and their right to live in peace within secure and recognized boundaries free from tretas or acts of force."

Unfortunately, progress in accordance with Resolution 242, in spite of its comprehensive and just peace formula, remains to be seen. Peace treaties were signed between Israel and Egypt in 1979 and Jordan in 1994; mutual letters of recognition between Israel and the PLO were signed in 1993; Israel no longer occupies Gaza and the Sinai Peninsula. But the Arab-Israeli conflict, however, is far from over. Israel's occupation of the West Bank, East Jerusalem, and the Golan Heights, as well as the failure to reach an agreement on the question of Palestinian refugees continues to undermine peace efforts and spurs new waves of violence.

How many more decades must elapse, how many more deaths will it take, and how much more destruction must be wrought before Palestine is free and Israel is secure? Surely, violence is not the answer. As the past and present have shown, aggression has no limits regarding the human cost or physical destruction; it can hardly lead to peace. Fortunately, there is an alternative answer. Future generations can be spared unnecessary atrocities if different lessons are drawn from the unfortunate aftermath of the June 1967 War. Peace and security do not come from violence. The land-for-peace principle as laid down in Resolution 242 is the only way forward.

(*) Artículo publicado por The Middle East Times.
Por:
Islam Qasem.
Universidad Pompeu Fabra - Columbia University, NY.


jueves, 28 de junio de 2007

Literatura. Microrrelatos Holandeses.


¿Quién es la última?


¿Quién es la ultima?

Casi gritó Pablo al llegar a la panadería. Sabía bien que no era esa la costumbre holandesa y además no ignoraba que nadie en aquel pequeño pueblo junto al Rotter entendía el castellano.

Sin embargo, la dependienta más joven, casi una niña, con trenzas, mejillas carnosas y un rosetón en cada una dejó escapar una risita.

Desde aquel día Pablo lanzaba cada día en la panadería su resonante:

-¿Quién es la última?

Y la joven de mejillas arreboladas, poco mayor que una colegiala, soltaba su risita breve y, a veces, hacía un mohín.

Aunque nunca cruzaron una palabra, a Pablo se le antojó, tras escuchar uno y otro día la risita, que la chiquilla tenia la voz algo rasposa.

Alguna noche de aquel caluroso verano, en que tardaba en conciliar el sueño, Pablo recordaba la panadería y a su joven dependienta y sentía un calor en el pecho que nada tenía que ver con la temperatura ambiente.

¿estaría enamorándose? Se inquietó un instante, para responderse de inmediato:

¡qué bobada! No es más que una broma divertida.

El último fin de semana del mes se celebró la braderij, la fiesta del pueblo. Pablo anduvo sin rumbo fijo entre los puestos de buñuelos de pasas y dulces de manzana frita.

A las doce de la noche en punto, en el cruce de las dos calles importantes se instaló una orquestina, se apartó la gente y se formó una diminuta pista de baile.

Pablo, que no conocía a nadie, se acercó a la pista a ver bailar a las parejas; bailaban muy moderno y rápido o lento y pausado, en plan antiguo, según la música.

De pronto sintió la presión de una mano en su hombro al tiempo que una voz ligeramente rasposa decía:

¿Quién es la última?

Pablo volvió la cabeza para encontrarse con la sonrosada cara de la joven dependienta, casi una niña.

Llevaba sus mejores galas y sonreía ampliamente.

Se tomaron de la mano y salieron a la improvisada pista. Allí bailaron y bailaron sin descanso hasta que, rayando el alba, los pies doloridos les obligaron a sentarse en un banco.

La poco más que adolescente holandesa apoyó la cabeza sobre el hombro de Pablo y se durmió de inmediato. Pablo, somnoliento, fue cediendo al sueño; su último pensamiento consciente fue:

qué manera tan boba de ligar”

Por:

Diego Diéguez (también conocido como “Diegoelcónsul”)

miércoles, 27 de junio de 2007

Debates. Politica Europea


España: el abandono del federalismo


Desde hace varios años los principios federales no han tenido cabida en la política española. El Estado se encuentra a medio camino entre un estado regional, de descentralización administrativa, y un estado federal.

Las regiones españolas (Comunidades Autónomas) disfrutan de una capacidad de autogobierno y unos presupuestos muy elevados, superiores a algunas regiones federales. Su gasto supone más de una tercera parte de los gastos de las administraciones españolas, y eso sin considerar que el Estado se queda con defensa.

Fundamentalmente existen cuatro aspectos en los cuales se demuestra que el sistema no es federal y en absoluto lo va a ser, como sí se hizo en Bélgica recientemente:

En primer lugar, el No reconocimiento de los diferentes demoi. El Estado no sólo no permite la participación de los parlamentos autonómicos en las reformas del Estado, sino que participa activamente en la reforma de los Estatutos de Autonomía. A su vez, convoca elecciones a los parlamentos autonómicos para 13 de las 17 Comunidades Autónomas (las de menor tradición histórica).

En segundo lugar, el Estado permite la defensa, promoción y uso de idiomas co-oficiales en los territorios que los tengan, pero no los reconoce como propios. Este aspecto es muy relevante, al considerar que el castellano es el único que se emplea en el Estado y es el único con protección cultural. El Estado no defiende la plurinacional, no ha insistido en la oficialidad de las lenguas catalana, vasca y gallega en las instituciones europeas hasta hace relativamente poco tiempo y no se traducen documentos oficiales al resto de lenguas oficiales. En las Cortes los diputados sólo se puede emplear las otras lenguas en el Senado, pero no en el Congreso de los Diputados.

En tercer lugar, en materia fiscal el Estado sólo establece un régimen especial (foral) al País Vasco y Navarra. Con lo cual el resto de Comunidades se rigen por la voluntad redistribuidora del Estado, que transfiere un porcentaje fijo a todas las regiones (ricas y menos ricas) y una parte en inversión directa. Esta medida supone un grave problema a la hora de discutir el sistema. No se critica que se ayude al desarrollo de unas determinadas Comunidades, sino que se critica que el margen sea decidido unilateralmente por el Estado. Por otro lado, entre las regiones ricas, el ranking de PIB disponible antes y después de las transferencias refleja que hay grandes beneficiados entre las Autonomías más ricas (las dos comunidades de régimen foral), Madrid, que no pierde mucho debido al llamado “efecto capital” y “efecto sede” de las empresas públicas y administración, y dos Comunidades que bajan varios puestos en el ranking, Catalunya y las Islas Baleares. En este caso, la alternativa federal, la codecisión Estado-Autonomías, permitiría que sin reducir la redistribución se pudiera garantizar que ninguna Autonomía de las consideradas ricas pudiera perder puestos en el ranking en beneficio de otras de alto PIB.

Cuarto, el senado como cámara de representación territorial, se elige en base a representantes de las provincias, que no son entidades administrativas propiamente autonómicas, sino del Estado. En segundo lugar, en la práctica su función es la de una cámara sin capacidad de veto real (como sí ocurre en Alemania) y de representación de los intereses partidistas y no territoriales.

En definitiva, aunque todos estos temas son intrínsecos a la discusión sobre el futuro del modelo territorial del Estado Español, tras casi 30 años de democracia no se han conseguido modificar dicho modelo y en la actualidad no parece atisbarse un horizonte de cambio. Principalmente porque se trata de una materia controvertida, delicada a efectos de trasvase de votos si consideramos como referencia los dos principales partidos en el Estado: PP y PSOE. En todo caso, esta situación no hace más que generar una dualidad entre aquellos ciudadanos que consideran muy beneficioso el actual sistema y los que creen que la excesiva unilateralidad del estado (especialmente relevante es el caso de las gestión de infraestructuras del Estado) frena la potencialidad y la calidad de vida en otras autonomías. Una dualidad que puede desembocar, a mi parecer, en la generación de posiciones secesionistas no por falta de identificación con España como realidad, sino en la de España como ente político que gestiona y frena las posibilidades de desarrollo económico, social y cultural.

Por Andreu Orte
Politólogo.
Asesor de Consejo Social y Económico de Barcelona
Ayuntamiento de Barcelona.

martes, 26 de junio de 2007

Dilemas. Política Latinoamericana.

El concierto del Cono Sur y las dos caras de Jano.


(Artículo publicado en la sección opinión del diario La Vanguardia el 16 de Junio de 2007)

América Latina parece vivir una era de cierta homogeneidad política a la vista del observador europeo. La reciente reelección del presidente Lula en Brasil, conjuntamente con el triunfo de Morales en Bolivia y Chávez en Venezuela, parecen auspiciar un periodo de entendimiento en el conjunto de las democracias de la región. La foto de una región ideológicamente homogénea se completaría con la más que posible reelección del presidente argentino Néstor Kirchner.

Sin embargo, el escenario es algo más complejo. La llegada de Venezuela, como nuevo socio del MERCOSUR de la mano de un presidente cargado de particularidades, y los recientes acercamientos de su protegido, el presidente boliviano Evo Morales, conjuntamente con la posible elección de Fernando Lugo en Paraguay, guardan para los dos países más grandes de la región un gran desafío estratégico que implica un doble juego de acercamientos y alejamientos de las posturas de Caracas y de La Paz. Por un lado, este juego se encara en el ámbito de los intereses económicos de Argentina y Brasil; por otro, el acercamiento o el distanciamiento de argentinos y brasileños respecto a Venezuela y Bolivia influye en la estrategia política interna de cada uno de los dos países.

En el plano económico, tanto Bolivia como Venezuela representan una fuente importante de recursos energéticos que Argentina y Brasil han sabido aprovechar y de la que los primeros han sabido sacar réditos políticos. Venezuela se ha transformado en el principal financista del crecimiento argentino y Bolivia ha destrabado el conflicto que mantenía con la empresa petrolera brasileña. A cambio de este tipo de favores, Kirchner y Lula suelen ponerse en primera línea para ofrecer una defensa de Chávez y Morales frente al resto de los líderes como se ha visto en el último Foro de Davos. Particularmente, el presidente brasileño defendió la reelección de Chávez a través de elecciones democráticas colocándose a él mismo como ejemplo de presidente re-electo.

En el ámbito de la política interna de Argentina y Brasil, tanto Kirchner como Lula cuentan con una base electoral que suele simpatizar con el líder boliviano y con Chávez, y por supuesto con sus respectivos discursos reivindicativos. Políticamente enfrentarse directamente con Chávez y con Morales podría suponer la pérdida de una importante base de apoyo político.

Pese a todo lo dicho, existe, a su vez, un intento constante por parte de brasileños y argentinos de no quedar sumergidos en los arranques retóricos de Chávez ni en el simbolismo de Morales frente al resto de la región y de la opinión pública mundial.

Esta tensión quedó clara en la última cumbre del MERCOSUR celebrada en Rió de Janeiro donde los presidentes Kirchner y Lula intentaron alejarse del exceso de retórica democrática de su aliado regional Hugo Chávez. Mientras que el presidente brasileño sugirió a Chávez que el crecimiento debe ir acompañado por una profundización de las instituciones democráticas puesto que nunca estas últimas pueden sacrificarse en pos del desarrollo económico, la delegación argentina prefirió alejarse de cualquier situación cercana a legitimar las medidas de los venezolanos con relación a la nacionalización de la empresa energética del país caribeño.

El escenario Latinoamericano, lejos de mostrar un bloque políticamente homogéneo y sencillo de ser leído, es un escenario marcado por un peligroso equilibrio. Por un lado, se encuentra Chávez y su aliado del altiplano; quienes no sólo mantienen una retórica particularmente populista y un fuerte desapego respecto de los procedimientos democráticos liberales, sino que constituyen, también, un polo energético vital para el desarrollo de la región. Por otro, se encuentran Brasil y Argentina intentando a la vez, utilizar las ventajas de su cercanía con Caracas y La Paz en materia de desarrollo energético y económico, y contener las aspiraciones autoritarias de los gobiernos de Bolivia y Venezuela.

Sin embargo, esta es una tarea complicada para los presidentes argentino y brasileño. Ambos han hecho uso y abuso in extenso de la retórica populista y de prácticas que atentan contra la profundización de las instituciones democrática-liberales. Mientras el presidente argentino ha obtenido poderes extraordinarios de un parlamento sumiso y alineado para realizar modificaciones presupuestarias a piacere en un año electoral, el presidente Lula pretendió, mediante el intento de convocar a una asamblea constituyente, reformar el sistema político brasilero a su gusto. Mecanismo vetado por la constitución del Brasil.

El caso es que si Lula y Kirchner quieren establecerse como los referentes de la democracia liberal en la región deberán aprender la profesión del estadista y abandonar el afán de gobernar en y para la excepción.

El dilema al que se enfrentan los presidentes argentino y brasileño frente a su relación con Caracas y La Paz supone dos opciones claras. O bien, apuestan a la profundización de las instituciones democráticas liberales que implica el establecimiento de un verdadero juego de contrapesos institucionales y el abandono de las prácticas y retóricas populistas. O bien, se someten al avance de prácticas de claro corte autoritario que abusan de la retórica democrática para despegarse del marco institucional.

El dilema, como Jano, tiene dos caras. La dirección que se tome es una responsabilidad política a la que argentinos y brasileños no pueden renunciar, puesto que de esa decisión dependerá el futuro político y económico de la región.

En colaboración con Tim Wegenast (Departamento de Ciencia Política. Universitat Pompeu Fabra, Barcelona)

Transiciones. Política Latinoamericana.


Sobre democracias y transiciones: del poder de los fantasmas.


(Artículo publicado en la sección de opinión del diario La Vanguardia el 6 de enero de 2007)

Desde Shakespeare a Marx se nos ha advertido del poder de los espectros en nuestra modernidad política. Para ambos, los fantasmas del pasado atormentan la conciencia de los vivos en la reivindicación de sus causas; produciendo una escena de tremenda división y permanentes desencuentros entre los que aún habitan el mundo que ellos han dejado.

La reciente muerte Augusto Pinochet y las escenas que se han vivido en Chile en los últimos días no son más que un ejemplo del tormento que suelen causar los espectros en la vida política. Con su muerte y su reaparición espectral en las conciencias y actitudes de los vivos, estos muertos, ejercen un poder liberador y traumático. En última instancia, con su muerte, a la vez que abren la posibilidad de una narración memoriosa permiten la reivindicación de su causa. Las democracias occidentales surgidas de procesos de transición –democrática-, y en particular, la gran mayoría de las democracias iberoamericanas, se encuentran amenazadas constantemente por este poder. Es que estos muertos, no son cualquier muerto.

Se ha calificado, muchas veces, al proceso chileno como un modelo virtuoso de transición democrática. Se argumentó, y aún se argumenta, que su ordenado e institucionalizado proceso permitió el avance hacia una democracia “sana” y “estable” que conjuró la garantía de un fuerte proceso de estabilidad y crecimiento económico. Chile –por no decir España-, es siempre un caso ejemplar. ¿Son entonces estas variables suficientes para que la democracia se inmunice frente al poder de los espectros de su pasado?.

La transición chilena (a diferencia de otros procesos del mundo iberoamericano) fue fiel al vocablo. Pese a que se restablecieron las libertades civiles y políticas, los responsables de los años de oscuridad siguieron presentes en la vida pública. Y no de cualquier manera. Pinochet, ya en democracia, continuó a cargo del ejército chileno y luego se convirtió en senador vitalicio. La ruptura con los valores que lo habían llevado al poder no implicó su exclusión del juego político. Se argumentará que, por cuestiones de pragmatismo político, su presencia garantizaba la estabilidad y la continuidad de la exitosa transición. Y tal vez este argumento sea poderoso. El consenso, el silencio y el pacto cumplen, en este tipo de transición, el rol de garantes de la paz venidera. Garantías de estabilidad institucional y progreso económico tienen aquí el coste de guardar dentro del sistema mismo el germen que antaño lo destruyó.

¿Dónde encontrar entonces el elemento último de legitimidad de la democracia capaz de inmunizarla del poder del pasado? Parece ser que la mera estabilidad institucional y el progreso económico no son suficientes pera desterrar el poder de las causas de estos muertos de una vez y para siempre. Es que sencillamente estas variables no son el elemento clave del régimen democrático. Su característica principal se encuentra en su misma indeterminación. Es decir, en la capacidad de poner en cuestión de manera constante sus mismos principios de legitimidad.

La indeterminación no implica la vacuidad de sus valores sino que, por el contrario, presupone la apertura de la discusión constante sobre sus cimientos. Poner en discusión los propios fundamentos de la constitución del régimen democrático implica a la vez poner en juego la narración del origen del mismo. Y esta posibilidad de narrar constantemente sus fundamentos es capaz de inmunizar a la democracia del poder de los espectros simplemente porque sus causas han de ser juzgadas en cada narración. No hay nada sacro en la fundación democrática, simplemente hay indeterminación en su centro.

Ahora bien, entendido así el régimen democrático, se ilumina el asunto. La inmunidad frente a los espectros sólo se logra en el juicio de las causas de los vivos. En el destierro del silencio. En la asunción de las responsabilidades del pasado. Pese, entonces, al avance institucional y económico, no existe inmunidad frente al poder de los muertos si estos no han sido juzgados políticamente y, virtualmente, condenados o redimidos. Sólo en ese momento, cuando la apertura de la discusión se presenta, cuando los relatos se reconstruyen, la transición llega a su fin para dar paso, finalmente, a la democracia. Ciertamente, Pinochet no fue juzgado en Chile, y la transición democrática chilena fue santificada por numerosas voces y especialistas

El reciente caso de Chile sólo puede llevarnos al camino de la reflexión. Si, pese a la estabilidad institucional y económica de algunas democracias-liberales del mundo iberoamericano, se deja cerrado bajo llave sagrada la discusión sobre los fundamentos de sus principios y sobre su origen, es imposible garantizar la inmunidad de éstas frente a la capacidad y poder de los espectros del pasado. Fantasmas que, como alguien ya dijo alguna vez, oprimen el cerebro de los vivos. Puede modificarse el pensamiento individual y las actitudes en el presente de muchos, pero eso no implica la ausencia de las responsabilidades del pasado. En esa asunción y en la desacralización del origen se encuentra la única garantía de que las jóvenes democracias logren desterrar a los espectros del pasado que las atormentan. El debate, entonces, sobre las transiciones y la democracia, sólo puede y debe, quedar nuevamente abierto.

Por:

Nicolás Patrici

Elecciones. Política Latinoamericana.

Elecciones Porteñas & Maquiavelo (*)



Hay muchas lecciones que extraer del resultado electoral de ayer en Capital Federal. La más importante es clásica y nos recuerdo al Maquiavelo de los Discursos: el dato básico de toda república es la pluralidad de humores. La República se encuentra necesariamente dividida, marcada, fragmentada entre aquellos que aman dominar y aquellos que no quieren ser dominados.

Las elecciones porteñas —acompañadas del resto de las elecciones provinciales— son la referencia clave a esa pluralidad en la Argentina. El oficialismo acumuló una serie importante de derrotas electorales. Sin embargo, la del domingo enfrentó al oficialismo a sus más terribles pesadillas. Mauricio Macri, un candidato que no proviene de ninguna fuerza política clásica y que no representa tampoco a ningún partido tradicional, derrotó a Daniel Filmus por más de 20 puntos.

La victoria del Sr. Macri en la Ciudad de Buenos Aires es, quizás, el resultado del humor de un electorado —el porteño— poco amigo del estilo maniqueo del presidente. Es quizás el resultado inevitable de un forma de política que olvida la gestión de esa pluralidad. La lectura de la derrota podría referirse a un fenómeno local. Esta lectura es la que auspicia el kirchnerismo. Sin embargo, la visibilidad de la derrota es de impacto nacional.

Es, en última instancia, la coronación de una derrota importante para el oficialismo kirchnerista y su proyecto político basado en la construcción centralista del poder. Si se lee el panorama de manera nacional, a la derrota en la Ciudad deben sumarse las consecutivas derrotas de candidatos oficialistas en las provincias Neuquén, Tierra del Fuego (ambas provincias patagónicas; un dato no menor para un presidente que proviene de esos confines del mundo), Misiones y la que posiblemente vendrá en la provincia de Santa Fe.

Las sucesivas derrotas de los candidatos bendecidos por el presidente auspician la tímida aparición de fuerzas opositoras a la construcción política oficialista que, hasta hace algunos meses, eran impensables. Nuevas fuerzas de centro-izquierda y de centro-derecha asoman amenazando y vigilando los intentos de centralización del poder en manos del proyecto oficialista del presidente Kirchner.

Los datos estadísticos, es cierto, no auspician una derrota electoral del candidato K en las elecciones a presidente del mes de Octubre. Sin embargo, marcan claramente que el dato de toda república es la pluralidad. Y que esa pluralidad encuentra siempre la manera de manifestarse. El proceso nos recuerda que una democracia moderna debe, si pretende sostenerse, integrar y gestionar esa pluralidad de humores institucionalmente, puesto que en ese equilibro se encuentra la garantía de perdurabilidad de la República.

Es tortuoso el camino a alcanzar esa premisa para un presidente que, en los últimos dos años, se mostró esquivo, en su afán centralista, a respetar esa pluralidad y las instituciones básicas de una democracia liberal. Avanzando siempre contra el espíritu plural y el equilibrio de poderes de la República. Desde ahora el presidente Kirchner deberá repensar cautelosamente sus estrategias políticas a la vez que deberá, rápidamente, entender que cualquier intento de construcción hegemónica se encuentra siempre amenazado por la naturaleza misma de la República.

Si el presidente argentino pretende continuar en el poder deberá abandonar su afán por la excepción, la confrontación maniquea y el centralismo para re-situarse dentro del marco de la pluralidad y el respeto por las instituciones democráticas-liberales. Una lección saludable de ser aprendida: el poder es siempre un lugar de paso que se encuentra custodiado, gusten o no los demagogos, por una pluralidad de humores intrínseca a la República.

Por:
Nicolás Patrici

(*) Artículo publicado en Mackinlay´s